Uno de los peores hábitos que existen es la automedicación indiscriminada. Sólo el médico conoce las características de la enfermedad y reconoce nuestro estado concreto en cada momento y en el conjunto de nuestro organismo; es él también quien conoce los fármacos que pueden curarnos o aliviarnos sin dañar o perjudicar ningún otro punto de nuestro cuerpo. Quede claro, pues, que no sólo no hace ningún bien el coger medicamentos que tengamos más a mano, el de color más alegre, o el que tomó la vecina en situación similares, sino que quizá con ello se esté haciendo un daña mayor a algún órgano tan preciado como son el hígado, el riñón o incluso el cerebro. Si sensibles son los adultos, cuántos más no lo serán los niños, cuyos órganos están aún tiernos y faltos de resistencia ante agresiones químicas; esta razón tendría que ser suficiente para que los padres tomasen conciencia de lo importante que es evitar que sus hijos puedan acceder por sí mismos a los medicamentos.
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