Yo tengo mi criterio.
Pues me parece muy bien, en todo tiempo tan democrático, que incluso alcanza, hasta cierto punto, el ámbito colombófilo. Pero lo peligroso está en que cuando uno está muy convencido de su propio criterio, no suele respetar los criterios de los demás, tan valiosos o más que el suyo.
No sé quien ha dicho que la Naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca, como diciendo que debemos oír el doble y hablar menos. Cosa que no solemos hacer con frecuencia, en estos tiempos tan democráticos.
El riego está hay que reconocer lo honestamente en la posibilidad de caer en un relativismo demoledor, que destruya verdades fundamentales y derechos primarios, para una sana convivencia entre los colombófilos. Creo que la medida de nuestro verdadero talento democrático estaría en que respetemos el criterio de los demás. Y es que la verdad. Y es que la verdad, en sí misma, tiene una impronta democrática: la verdad se expone, no se impone.
Una fórmula ideal para la sana convivencia, que en teoría todos la admitimos, pero que es muy problemático llevarla a la práctica en todas sus exigencias: "En lo necesario, unidad; en la opinable, libertad". Y es que en nombre de la unidad podemos avasallar la libertad y los derechos de los demás; como también en nombre de la libertad y criterios propios podemos eliminar todo fundamento válido para constituir una sana convivencia entre los colombófilos.
Por tanto, no bastaría tener un criterio propio, así sin más. Sería preciso honestamente someter ese criterio propio a una crítica sincera para ver si sirve para coexistir, en una cierta medida, con otros criterios diferentes, que respeten lo fundamental. De lo contrario, ese criterio sería muy cuestionable, por no decir "falso".
Porque los españoles, por temperamento deducimos de una opinión un principio apodíctico, rebasando los límites de toda opinión, que sería preciso completar y que daría como resultado a una verdad más o menos "completa". Pero cuando una opinión se cierra sobre sí mismo, como si fuera un todo monolítico, incuestionable, se vuelve arrogante, con la arrogancia caricaturesca de un dios absoluto y ridículo.
Todos debemos tener un criterio propio, pero mientras caminemos por la provisionalidad del tiempo, también tenemos el "deber" de dejarnos enriquecer con otros criterios, que no se opongan, evidentemente a la verdad.
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