El olfato, ¿un sentido privilegiado en las palomas?
Hay actualmente dos hipótesis principales para explicar el sentido cartográfico de las aves: una implica al olfato; la otra, al magnetismo. Toda una serie de experimentos y de observaciones diversas hacen pensar que intervienen los dos factores. Pero hasta ahora ninguno ha podido dar una explicación verdaderamente satisfactoria del comportamiento de las palomas. La hipótesis que privilegia el papel del olfato fue desarrollada durante los años 70 por el italiano Floriano Papi, de la Universidad de Pisa, quien supo ganar para su causa a Hans Wallraff, del Instituto Max Planck de Seewiessen, en Alemania. En cambio, no convenció a los otros cabezas de fila de la investigación en ese campo, Keeton (ahora muerto), Walcott, Schmidt-Koening y Wiltschko. Según Papi, las palomas consiguen asociar los olores llevados por el viento con la dirección del mismo (el olor salado de la mar al oeste, por ejemplo, o el olor de un bosque de pino al norte). Consiguen de esta manera construir progresivamente un mapa olfativo de su entorno. Cuando se las transporta al lugar de suelta, no tienen más que espirar el aire durante el recorrido y en el lugar de lanzamiento para saber en qué dirección se encuentra el palomar. Papi realizó largas series de experimentos, tan ingeniosos como variados, cuyo resultados parecen confirmar perfectamente esa hipótesis olfativa. Por ejemplo, cuando Papi aplica sobre el pico de las palomas un olor fuerte que hace imposible la percepción de los olores locales, las aves parecen desorientadas en el lugar de suelta. Otro experimento consiste en taponar los orificios nasales de las palomas para obligarlas a respirar por la boca, lo que reduce considerablemente la cantidad de aire que alcanzan los órganos olfativos situados en la nariz: se constata entonces que muy pocas palomas son capaces de volver a su morada, igualmente si se secciona el nervio olfativo, se desorientan las aves. Cuando para transportarlas hacia el lugar de suelta, divide a la aves en dos grupos, el primero con una ruta en zig-zag hacia la derecha, mientras que el segundo grupo da igualmente un rodeo, pero hacia la izquierda, constata que después de haber sido puestos en libertad, cada grupo se orienta hacia el rodeo que ha hecho, al haber introducido una cierta oblicuidad en la localización por las aves de los olores percibidos durante el camino. Las palomas criadas en medio de fuertes olores artificiales, añadidos al aire de su palomar (introduciendo un cierto olor cuando el viento vienen del Sur y otro cuando sopla del Norte) son en el momento de la suelta, totalmente desviadas del camino que debería tomar para entrar en el palomar. Si, por ejemplo, se ha añadido trementina al viento procedente del Sur, las aves dejadas ir desde el este volarán en la dirección noroeste, mientras que las soltadas en el Oeste volarán hacia el noreste. En cada uno de esos dos casos, el olor de la trementina parece significar para las palomas que han sido transportadas hacia el Sur. Ingeniosos palomares (con reflector) que desvían la llegada del viento, de forma que, por ejemplo, una brisa que sople del Sur parece venir del Oeste,modifican de la misma manera las capacidades de orientación de las palomas: un ave transportada al Sur interpretará el olor local como procedente del Oeste y volará hacia el Este. Por último aves criadas en palomares equivocados con ventiladores que inviertan la llegada del aire, o bien son desorientadas en el momento de la suelta o bien tienen tendencia a alejarse de su palomar.
Hechos perturbadores.
Cuando se consideran en su conjunto, los experimentos de Papi resultan del todo convincentes. No obstante, persisten algunos problemas, que conciernen no sólo a la hipótesis sino también a varias de los experimentos, en primer lugar, no se ve muy bien cómo las aves podrían reconocer los olores característicos de lugares de suelta distantes más de una docena de kilómetros. ¿Cómo una paloma de París, soltada en un bosque de abetos en Escocia, habría podido ya sentir el olor de este bosque o ser capaz de diferenciarlo de los bosques de Noruega, Alemania, Unión Soviética, Suiza o de los Pirineos?. Puede incluso plantearse la cuestión de si las palomas, cuya mucosas olfativos (zona cerebral donde se trata la información olfativa) son de pequeño tamaño en comparación con los que se encuentran en los animales dotados de un gran sentido olfativo, son capaces de detectar débiles olores transportados por el viento. Además, Schmidt- Koenig ha descubierto con la colaboración de John Phillips, de la Universidad Cornell, que las palomas no pueden distinguir un aire cargado con los olores que se encuentran en la naturaleza de un aire puro, filtrado, inodoro.
Otro problema consiste en la dificultad que han encontrado diversos investigadores en reproducir los resultados obtenidos por Papi en sus experimentos. Es así, por ejemplo, que cuando Keeton seccionó los nervios olfativos de las palomas, constató que esa operación tenía poco efecto sobre la capacidad de orientación de las aves. De igual modo ni Keeton ni Schmidt obtuvieron resultados colocando el pico de las palomas olores de camuflaje, Keeton emitió entonces la hipótesis de que las operaciones quirúrgicas, el llenado de los orificio nasales y la aplicación de olores fuertes (en una gota de vaselina) podían producir una especie de traumatismo físico o sensorial enloquecedor que crearía en ciertas aves (las de Papi) un estado de confusión, mientras que otras, más estoicas o menos traumatizadas (las observadas por otros autores) estarían menos perturbadas. Keeton trató de resolver el problema introduciendo en los orificios nasales de las palomas minúsculos tubos que impedían al aire el alcanzar la mucosas olfativas, dejando al ave respirar normalmente. Las palomas así probadas por Keeton pudieron volver perfectamente a su palomar. Pero cuando Papi equipó sus aves de tubos nasales de otro tipo, constató que eran incapaces de orientarse.
Schmidt-Koenig ensayaron otro método para evitar al máximo el traumatismo de las palomas: vaporizaron las mucosas con un potente anestésico, la xilocaína anteriores experimentos habían mostrado que las aves tratadas por xilocaína eran incapaces de detectar los olores, incluso los más fuertes, durante los noventa minutos que seguían a la vaporización del anestésico. Y, sin embargo, las aves tratadas con xilocaína se orientan tan bien como las otras. Según todas las pruebas, la pérdida del olfato no afectaba en nada ni su sentido cartográfico ni su brújula. Al mismo tiempo, cuando las aves de Papi son criadas sin experiencia alguna olfatoria, muchas de entre ellas son a pesar de todo perfectamente capaces de encontrar su palomar.
Las experiencias de desviación fueron también difíciles de reproducir. Keeton no pudo observar casi ningún efecto en la mayoría de los casos y Schmidt-Koenig no obtuvo desviaciones constantes más que para uno solo de los doce lugares probados. Por supuesto, no importa qué sentido cartográfico, sea o no olfativo, que utilice la información obtenida durante el recorrido hasta el lugar de suelta, es susceptible de mostrar un efecto de desviación.
Sin embargo, uno de los experimentos más cruciales de Papi ha planteado problemas a muchas investigadores: los palomares con "deflector" crean de manera constante una rotación en la orientación del ave en el momento de la suelta. Pero Phillips y Jerry Waldvogel, de Cornell, observaron dos hechos perturbadores: de una parte, los animales eran condicionados muy rápidamente, en el espacio de dos semanas y, de la otra, la desviación obtenida es mucho más débil, o incluso inexistente, en tiempo cubierto. En consecuencia, examinaron uno de esos palomares y constataron con gran sorpresa que los deflectores de plexiglás o de vidrio producían reflejos perfectos del Sol, el cielo y del horizonte (el vidrio y el plexiglás tienen ambos por efecto el suprimir la luz ultravioleta y modificar las configuraciones de polarización). Phillips y Waldvogel se preguntaron entonces si estos palomares no implicaban una rotación de la brújula celeste de las aves más que de su sentido cartográfico. Esto explicaría a la vez por qué el efecto de la desviación aparecería tan rápidamente y por qué se desvanecería a partir del momento en que el cielo se cubría, es decir, en el momento en el que las aves abandonaban los índices suministrados por el cielo para utilizar sus brújulas magnéticas. Los dos investigadores quisieron, por tanto, verificar su hipótesis poniendo a punto un ingenioso palomar con deflector, que hacía bascular el viento en una cierta dirección opuesta. Efectivamente, las aves eran desviadas, pero en la dirección prevista por el reflector visual y no en la prevista por el olfativo. Sin embargo, para Papi las aves no habrían estado un tiempo suficientemente largo en los palomares para adquirir, según su hipótesis, la rotación cartográfica. Por mi parte, el recalibrado de de la brújula explica perfectamente todos los resultados, tanto a corto como a largo plaza, obtenidos con los palomares de deflector.
Finalmente hasta hoy nadie ha podido reproducir con éxito los experimentos de Papi sobre la inversión del viento o sobre los olores artificiales. Cabe, por supuesto, una eventualidad poco satisfactoria para el espíritu, según la cual las palomas mensajeras de Italia se fiaría esencialmente de los olores, mientras que sería completamente diferente para las palomas de otras partes del mundo. ¿Es quizá éste el caso? De todas maneras, debemos buscar otros índices para explicar el sentido cartográfico de las palomas, al menos para los que viven en el norte de Europa y América.
Una extraordinaria sensibilidad magnética.
La mejor hipótesis que se puede proponer actualmente en ligar de la teoría olfativa ha sido emitida independientemente por tres investigadores norteamericanos, Walcott, Bruce Moore de la universidad de Dalhousie en Nueva Escocia y yo mismo en 1980. Al igual que Yeagley, pero disponiendo de muchos más elementos, hemos pensado que el cambio gradual y regular de la intensidad o de la inclinación del campo magnético entre el ecuador y el polo debía suministrar de una manera o de otra una información cartográfica (recordemos que el campo terrestre no es horizontal, al estar inclinado su dirección un ángulo 1, la inclinación magnética; por ejemplo, en París, este ángulo es de alrededor de 64º). El campo magnético terrestre tiene varias fuentes, siendo la más fuerte, con mucho, la que viene, no se sabe muy bien cómo, del centro de la Tierra. Este campo mide alrededor de 2,4 x 10-4T o 24.000 gamma en el ecuador y aumenta alrededor de 3 a 5 gamma por kilómetro hasta el polo, donde mide 62.000 gamma. El movimiento de los iones en las corrientes aéreas induce también un campo magnético más débil. Como la atmósfera se recalienta y se enfría cada día, las corrientes circulan entre el Norte y el Sur, modificando de manera regular la intensidad del campo magnético de 30 a 50 gamma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario